Robert Louis Stevenson: El barco se hunde. (de Fábulas, 1895)



-Señor –irrumpió el teniente primero en el camarote del capitán-, el barco se está yendo a pique.

-Muy bien, míster Spoker –dijo el capitán-; pero esa no es razón para andar a medio afeitarse. Ejercite un poco su mente, míster Spoker, y notará que para una mirada filosófica no hay nada de nuevo en nuestra situación: puede afirmarse que el barco, si es que está yéndose a pique, lo estaba haciendo desde que fue botado.

-Se está hundiendo rápido –dijo el teniente primero cuando regresó de afeitarse.

-¿Rápido, míster Spoker? –preguntó el capitán. Se trata de una expresión rara, porque el tiempo, si lo piensa, es sólo algo relativo.

-Señor –dijo el teniente-, pienso que no resulta demasiado provechoso embarcarnos en semejante discusión cuando estaremos todos el en fondo del mar, metidos para siempre en el armario de Davy Jones, dentro de diez minutos.

-De razonar así –replicó, suavemente, el capitán-, nunca valdrá la pena comenzar ninguna investigación de importancia, dado que las ocasiones de morir antes de conducirla a fin resultan siempre aplastantes. Usted no ha considerado, míster Spoker, la situación del hombre –dijo el capitán sonriendo y sacudiendo la cabeza.

-Estoy mucho más ocupado en considerar la situación del barco –dijo míster Spoker.

-Habla como un buen oficial –respondió el capitán con su mano apoyada sobre el hombro del teniente.

En cubierta se encontraron con que tripulantes habían saqueado el depósito de bebidas y estaban emborrachándose rápidamente.

-Marinero –dijo el capitán-, esto es insensato. El barco se hundirá en dos minutos, van a decirme; bueno, ¿y con eso qué? Para la mirada filosófica, no hay nada de nuevo en nuestra situación. A lo largo de nuestra vida se nos podría haber roto una arteria o podría habernos fulminado un rayo, no en diez minutos, sino en diez segundos, y eso no ha impedido que almorzáramos o depositáramos dinero en una cuenta bancaria. Les aseguro, con una mano sobre mi corazón, que no logro comprender su actitud.

Los hombres ya estaban lo suficientemente idos como para prestarle atención.

-Es algo muy penoso de ver –dijo el capitán.

-Y sin embargo para el ojo filosófico, o lo que sea –contestó el teniente primero-, podría decirse que comenzaron a emborracharse desde que embarcamos.

-Ignoro si usted sigue siempre mis razonamientos, míster Spoker –dijo el capitán-, pero continuemos.

En la santabárbara encontraron un viejo lobo de mar fumando su pipa a pulgadas de las barricas de pólvora.

-¡Dios mío! –dijo el capitán-. ¿Qué está haciendo?

-Pues bien, señor –arrancó el viejo lobo disculpándose-, me dijeron que el barco estaba hundiéndose.

-¿Y qué?, suponiendo que fuera cierto –dijo el capitán-. Para la mirada filosófica, no hay nada de nuevo en nuestra situación. La vida, mi viejo camarada, la vida, en cualquier momento y desde cualquier punto de vista, es tan peligrosa como un barco que se va a pique, y sin embargo la gente acostumbra de hermosa manera a usar paraguas y zapatos de goma, a emprender vastas obras, a conducirse a sí misma en todos los aspectos como si tuviera la esperanza de ser eterna. Y de mi pobre parte le aseguro: despreciaré al hombre que deje de tomar una pastilla o de darle cuerda a su reloj para está en un barco que se hunde. Eso, amigo, no sería una conducta humana.

-Le ruego que me disculpe, señor –dijo míster Spoker-. ¿Pero cuál es la diferencia precisa entre afeitarse en un barco que se hunde o fumar en la santabárbara?

-¡O hacer cualquier cosa en cualquier circunstancia concebible! –gritó el capitán-. ¡Totalmente de acuerdo! Convídeme tabaco.

Dos minutos después el barco voló con una gloriosa explosión.



Comentarios

Entradas populares