GENEIA

Al principio del universo propio, no hay nada. 
Todo es oscuridad y caos. Uno es puesto en el vacío y debe hacerse inevitablemente absoluto creador en su propio Génesis. Así, uno se pone a separar sus tinieblas de su luz, sus humedades de su tierra, uno debe ponerle nombre a cada cosa, a cada bestia, a cada sensación, a cada pecado, y así, hasta llegar a estar dispuesto a perder una costilla y tragarse una manzana, asustarse de tanta desnudez y huir del paraíso ante la amenaza de la culpa eterna. 
Después de eso ya empieza todo lo demás, lo divertido, porque uno ya va aprendiendo a distinguir que nada es del todo bueno ni del todo malo, que nada es absoluto, y puede escoger, gracias al libre albedrío de la sana inteligencia, por donde tomar camino ante tanta posibilidad. 
No faltan los que van por ahí dictando lo bueno y lo malo, y no faltan tampoco los que vienen al mundo solo para creerle a otros como se debe vivir, a quiénes se puede amar, a quiénes se puede desear. Si uno es un desobediente nato, decide no tener un séptimo día para descansar, habiendo tanto para seguir creando. 
Y continua la propia creación y recreación, con el pleno derecho y el pleno deber de equivocarse y con el permiso de provocarse tantos diluvios como sea necesario, por la única razón de que uno le agarra gusto a los arcoiris.
YO, SUI GENERIS.

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